Han pasado pocos años desde cuando compartimos una revuelta que logró que nos reconociéramos entre nuestra más amplia visión de la diversidad, una de tal magnitud que al menos las generaciones más nuevas en Chile no habían sentido.

Este encuentro social, histórico y espiritual nos permitió entender la ciudad como el cuerpo de un conjunto humano, que en su propia organización se constituye como un ser vivo mayor. Asimismo, fue posible acondicionar nuestras funciones hacia lo que nuestras capacidades, habilidades y voluntades nos llevaban a hacer, en una operación modelada por las circunstancias del momento acontecido, donde se producían proyectiles, se curaban heridos y se diseñaba arte gráfico en un clamor unísono de justicia y progreso.

Desde aquí fuimos capaces de observar el paso del ruido a través del túnel del tiempo, que como órbita solar, nos trasladaba a épocas de oscuridad y resplandor, conectándonos con huellas desechadas por la democracia que persisten bajo capas de papeletas de sufragio. 

Ahora, ¿cómo se ha degradado el estado de derecho de vivir en paz en estos últimos cuatro años? La distancia con la política, sumado a su poder de deformar la historia, resuena tanto en este país como en otros lugares del planeta. Es un descontento global que obedece a la victimización por parte de la sociedad frente al poder desmedido, en una extraña contradicción que desconoce que somos nosotr*s mism*s quienes elegimos a quienes nos gobiernan.

Discursos vacíos, imágenes crudas y excesivas, leyes insólitas, protocolos sin sentido y la más absurda minimización de los derechos humanos. Todo esto constituye un presente que pareciera no tener pies ni cabeza, mientras se confabulan manipulaciones y mitos que dificultan una solución en un futuro próximo. Sin embargo, la responsabilidad de solucionar este eterno pendiente es nuestra. Tenemos que hacernos cargo de la historia real, aquella que dura más que un video de quince segundos y cuya magia radica en la perspectiva que se abre a medida que pasa el tiempo.

Proponemos un recorrido que se sostenga en la idea de la observación y el libre albedrío de la creatividad como valores del movimiento colectivo, entendiendo estas acciones como causa y consecuencia de procesos determinantes, que hasta la actualidad reposan en la latente espera del cansancio social.

Les presentamos una exposición que casi nadie quiere ver hoy, cuya principal intención es abrir un momento de reflexión en torno al archivo que se construye desde la reacción inmediata. Es un ejercicio de memoria que nos duele, así como duelen los ojos que fueron arrancados y las muertes desprovistas de justicia desde ese octubre, que se acumulan con otras tantas heridas no sanadas de la dictadura y más atrás. Ahora, más que nunca, necesitamos recordar y no arrastrar, para hacernos cargo de este proceso de una manera consciente y con visión de futuro.

La memoria implica el olvido y por lo tanto no es, solamente, aquello que se recuerda, si no que implica la disputa de aquello que las sociedades no permiten olvidar. Ese proceso no es automático, se produce en el tiempo, generación tras generación, marcando de manera permanente la discusión ética en una sociedad. Lo que hoy se somete al olvido, inevitablemente, mañana será recordado.

Daniel Aguayo Mozó